Hemos transitado por el camino desde la Resurrección hasta el Pentecostés. El primer Pentecostés después de la resurrección y ascensión de Jesús marca el nacimiento de la iglesia. Los eventos de ese día se describen vívidamente en Hechos capítulo 2 y revelan el propósito de Pentecostés a través de las poderosas imágenes de viento, fuego y lenguas.

El viento es una figura del poder. El fuego es una figura de la pureza. Pero no se trató de tener poder solo por tener poder ni la pureza solo por tener pureza, se trató de una impartición de poder y pureza para hacer algo. Ese propósito se revela en la imagen de las lenguas: «Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hechos 2:4).

Las últimas palabras que Jesús dijo a sus primeros discípulos se conocen como la Gran Comisión: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28: 19-20). ¿Pero cómo iban a hacer eso? Ellos no tenían el poder, el valor ni la pasión para realizar esa tarea. Necesitaban algo que no tenían para poder cumplir con el mandato misionero dado por Jesús: necesitaban un don. Y así, Jesús les dio esta promesa: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”(Hechos 1:8).

Es interesante que las tres figuras del Pentecostés tuvieran que ver con hablar o escuchar. Ellos «escucharon» el sonido. Se les dio el don del lenguaje para proclamar. Incluso las llamas de fuego parecían lenguas. Esto no es un accidente. La Iglesia nació para dar testimonio de las buenas nuevas de Jesucristo. El Espíritu Santo le da a la iglesia una voz para compartir el evangelio con cada generación, incluso hasta lo último de la tierra.

Dios no derrama Su Espíritu para hacernos una agrupación santa, Dios se mueve en su iglesia para hacernos un poderoso ejército. El Pentecostés nos da la pasión para cuidar de otros, el poder de hablar y el valor para avanzar. Pentecostés es lo que nos purifica, enciende nuestros corazones y nos permite comunicar el amor insaciable de Dios y la restauración de todas las cosas a través de Jesús, quien está haciendo todas las cosas nuevas.

Ni siquiera una pandemia global puede evitar que se cumpla el propósito del Pentecostés. Seamos una iglesia en misión, empoderada por la promesa del Padre, purificada por el Espíritu santificador, y que proclama con valentía que Jesucristo es el Señor.

–Junta de Superintendentes Generales

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