Gracia y paz para ustedes en el nombre de Jesucristo. Continuamos en esta temporada que todo el mundo está experimentando a través de COVID-19. Este virus afecta la forma en que vivimos nuestras vidas todos los días y cambiará la forma en que hacemos la vida y el ministerio en el futuro. Pueda que hayan días en los que pensemos que lo que enfrentamos es algo que el mundo nunca antes ha experimentado. Si bien las circunstancias pueden ser diferentes, cada generación ha tenido que navegar en aguas turbulentas.

En el libro de los Hechos, leemos sobre las aguas turbulentas que encontró el apóstol Pablo. Había apelado a César y, como resultado, lo enviaron a Roma. Fue asignado al cuidado de Julius, un centurión de la unidad militar de Augusto. Durante todo el viaje a Roma, el destino de Pablo y del centurión se entrelazarían. La vida de Pablo estaba ahora en manos del gobierno, o eso pareciera.

A lo largo del capítulo 27 de Hechos, vemos cómo se desarrolla una relación: una relación inusual entre el hombre de Dios y el hombre del mundo. Los dos terminan en un viaje juntos, en un mar agitado que potencialmente podría quitarles la vida y, sin embargo, encuentran la manera de navegar por las circunstancias peligrosas.

No habían anticipado la tormenta, pero comenzó a repuntar, poco a poco, día tras día, hasta que finalmente leemos en el versículo 9, «navegar ahora era peligroso». Todos en la barca estaban en problemas porque los mares se estaban volviendo cada vez más violentos. Tanto el hombre de Dios como el hombre del mundo estaban en peligro de perder la vida.

El centurión buscó el consejo del piloto y dueño del barco; Pablo fue a Dios en oración. El hombre de Dios escuchó del Señor y se le advirtió que no deberían zarpar, mientras que el hombre del mundo decidió hacer lo contrario. Finalmente, todos reconocieron los resultados desastrosos de la decisión, porque la tormenta se desataba y, finalmente, abandonaron la esperanza de salvarse. Fue en ese momento que el hombre de Dios se paró en medio de ellos y declaró: «¡No teman!»

Estas fueron las palabras que había escuchado del mensajero de Dios, y ahora que estaban todos juntos en la crisis, el centurión y otros comenzaron a escuchar. La escena cambió al igual que lugar donde se centraba el poder. Ya no estaba su fe y confianza en la sabiduría del mundo sino en la sabiduría de Dios. El centurión y el piloto estaban listos para escuchar lo que Pablo les tenía que decir.

Todos en la nave estaban en problemas, pero el momento de la batalla final por la supervivencia estaba por llegar. El barco quedaría encallado y todos tendrían que encontrar una manera de llegar a la costa. No habían comido durante días, así que Pablo se paró en medio de ellos, partió el pan y dio gracias a Dios, invitándolos a comer. Compartió una comida que tenía la apariencia de la sagrada comunión con un grupo de personas que necesitaban desesperadamente sustento y gracia.

Conocemos el final de la historia, porque todos llegaron a la costa, y nadie se perdió porque permanecieron unidos en su batalla contra el mar. Las lealtades del centurión cambiaron debido al testimonio de Pablo en medio de la tormenta.

Seguimos en medio de la crisis de COVID-19, en una tormenta que ha tomado al mundo por sorpresa. Al igual que el apóstol Pablo, podemos aprovechar este tiempo para escuchar y enfocarnos en la voz del Señor. Podemos seguir la guía y dirección de Dios en este territorio desconocido. En el camino, recordemos que todos estamos juntos en esto; eso incluye a nuestro vecino, nuestro amigo calle abajo, la tienda donde compramos los comestibles y el dueño de la estación de servicio. Todos estamos en la misma tormenta, y es en la unión que ayudaremos a salvarnos unos a otros. Es responsabilidad de la persona de Dios buscar la sabiduría del Señor y construir relaciones con aquellos que han sido colocados dentro de nuestro círculo de influencia, partiendo el pan y compartiendo la gracia y la paz de Dios en el camino.

Este año hemos viajado a través de la temporada de la Resurrección de una manera muy inusual mientras hemos navegado esta tormenta. Gracias por ser el pueblo fiel de Dios. Por partir el pan y dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo. Sabemos que no es fácil y para algunos es más difícil que para otros. Nuestra oración es que la gracia y la paz de Cristo estén con usted todos los días mientras continuamos en este viaje. Estamos juntos en medio de esto.

Junta de Superintendentes Generales